POR LOS VENTANALES DE ENERO

    Vamos como podemos subiendo la vida de enero, mirando hacia atrás, a ver si deja de doler... y hacia las paredes como soles por venir.

   Hay ruido de melancolías amargas en el café de Enrique Gil. Por el ventanal que se abre hacia las frágiles avenidas del este hemos visto cómo se desplomaba una cornisa de la catedral de León.


—Nadie debería exculparse del desastre, salvo que tenga pacto con el Diablo—, dijo el marqués de Carracedelo.

—Antes habían avisado las temibles gárgolas. Y los frescos que se están pudriendo en las iglesias... Así que a este paso se acabará levantando un templo a la miseria de nuestro patrimonio religioso y para qué hablar del industrial—, remató el espía de la Puebla.


  El iluminado del Burbia se mesó entonces la barba y comenzó a leer en voz alta y eclesiástica fragmentos del Bosquejo de un viaje a una provincia del interior: vedlo ahí sentado, a nuestro bardo de la Niebla, escuchando con emoción las bellas oraciones que a la luz del Romanticismo nórdico dejó escritas sobre las catedrales de León y Astorga y los monasterios del Valle del Silencio:


...Con la irrupción mahometana, abandonado de los fieles, se vino a tierra el monasterio de San Pedro de Montes y, cuando tres siglos después quiso volverlo a su antigua fama y santidad san Genadio, obispo de Astorga, sólo encontró un montón de escombros, zarzas y malezas en el antiguo jardín...

—¿Quién no ha sido seducido alguna vez por el íntimo encanto de lo vetusto? No es necesario creer en ningún Cristo ni renegar de su Santa Madre...— estaba sentenciando el lunático de Cornatel, “pelo y barba como de plata, pero ágil y fuerte en sus movimientos como un mancebo”, cuando entró en el café el doble del conde de Lemos anunciando la venganza de los bosques...


   Y por el ventanal del sur vimos entonces pasar una manada de jabalíes, de las cumbres del Pajariel habían descendido hasta el barrio de la Estación, andaban haciendo su ronda nocturna en busca de qué astros... 

    Y fue cayendo una luz sobre la mesa del cazador de la Cabrera, y el hombrecito comenzó a repasar algunos fríos, el frío que se pasa en su aldea condenada a la despoblación, el frío que pasan los barrios del oeste de la ciudad, el frío de los indignados silenciosos y los emigrantes que un día habrán de volver... Y hubo una especie de apagamiento general cuando aludió a los salarios absurdos que cobran los más humildes de su barrio...

   Y así vamos subiendo en el café de Enrique Gil la cruda vida de enero, mirando hacia atrás, hacia los pedacitos románticos que aún nos duelen, y hacia la reverberación de los trenes como utopías por venir.


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